La cara tremendamente ensangrentada, lloraba lágrimas de dientes de león, pero a pesar de la capacidad de corte, las lágrimas no eran la causa del dolor. La sensación era la de cruzarse en New York con un cartel luminoso, sucio y enceguecedor cuando hay que protegerse de una bala.
¡Contra la nariz!
¡Levanta las manos, mocoso!
¿Qué es la calle?
Ahora una montaña de llanto, de dientes de león.
Ahora mucha escoba y lavandina.
Con el tiempo se intuye un gran salto, una superación olímpica.
Una sola olimpiada vale la pena y es la olimpiada de extrañar. Solo al cortar la tira de llegada, se empieza a correr de verdad.
Terriblemente transpirado y agotado, corriendo y corriendo triste pero verdaderamente superado.